Mis hijos llevan unos días fuera de casa, disfrutando de sus abuelos. Tras intentar hablar con ellos en varias ocasiones durante el día de ayer, finalmente conseguí conectar con mi hijo quien en un intento de disculparse por no haberme llamado a la hora de la cena, me dice:

–          Mami, es que lo estaba pasando tan bien que se me olvidó llamarte. Y te dejo porque ahora me voy al cine de verano con unos amigos…

Al menos me dio tiempo a decirle que le quería mucho, que le echaba de menos y que ya quedaba muy poco para vernos de nuevo. Antes de que terminara mi sonoro beso, ya me había colgado. No le culpo, en absoluto.

–          Está feliz, pues yo también estoy feliz- me dije mientras mi beso buscaba dueño…

Esta mañana me he despertado con varios WA de mis amigas de la facultad celebrando la llegada de dos nuevos bebés a la pandilla.

¡Cómo somos las madres! En cuánto una de ellas mandó una foto de su retoño, nos faltó tiempo a todas las demás para presumir de lo grandes y sobre todo, de lo guapos que estaban nuestros hijos.

Observé detenidamente las fotos de mis amigos: mi amiga Sará feliz con su recién estrenada maternidad, Eva orgullosa de su bebé luchador desde el mismo instante en el que nació, Laura anunciando el sexo de su primer hijo: ¡Una niña!, Victoria luciendo barriguita, Abarrio presumiendo de un bebé rollizo y precioso, Marta disfrutando de un día de playa y yo, no iba a ser menos, mis dos soles iluminando la pantalla: Un hombrecito que se va al cine con sus amigos y una mujercita que entre bajar a la piscina con sus amigas y ensayar el baile del próximo festival, no les queda a penas tiempo de hablar con mamá por teléfono.

Además hoy tuve una consulta de esas en las que ninguno de mis pacientes superaba los 10 meses. A veces ocurre, es curioso. Todo fueron bebés, sonrientes, gorditos, acompañados de sus madres felices, de las abuelas orgullosas que no apartan la mirada ni un solo segundo de su nieto, que si lloran antes de derramar una sola lágrima ya les han puesto el chupete (No importa que yo esté intentando verle la boca al bebé, ellas siempre se adelantan y se lo endosan. ¡Son realmente rápidas!)

Al coger el coche y parar en un semáforo, me quedé embelesada viendo a una madre, no más joven que yo, amamantando a su hijo sentada en un banco del parque mientras su otro hijo revoloteaba entre sus faldas. Y me vi a mí misma hace seis años: mismo parque, mismo banco, misma cara de felicidad al ver a mi hija mamando en mi regazo, mismas caricias furtivas a su hermano que mariposeaba entre mis piernas.

Pasé un día rodeada de bebés, de maternidades en flor, de lactancias y de barrigas llenas de vida.

Y fue entonces cuando me di cuenta del inexorable paso del tiempo…

A la mañana siguiente, mi hija me llamó por teléfono mientras iba hacia el trabajo. Quería contarme lo bien que se lo estaba pasando, la cantidad de amigas que tenía y si podía invitar a todas ellas a veranear a nuestra casa en Alicante. ¡Reí a carcajadas!

  • Baila canciones de Shakira pero sigue siendo mi niña- pensé.

Cuando entré en la consulta encontré un paquete sobre mi mesa, con mi nombre escrito a mano y con un remitente desconocido.

Lo abrí con curiosidad infantil y me encontré con un bonito libro de poesía cuyo autor era el mismo que el remitente: Jorge M. Molinero. Lo abrí por una página cualquiera y leí:

 PINTAUÑAS

“Cada vez que mamá

pinta tus uñas de brillo

te escapas un poco

de mi regazo”

 

Sonreí. Pensé nuevamente en mi hija, y me prometí no volver a pintarle las uñas.

Gracias Jorge M. Molinero por mostrarme el secreto para evitar que mi hija se escape de mi regazo.

 

 

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