Hace una semana os lanzaba esta pregunta. He disfrutado mucho leyendo los más de 400 mensajes que he recibido y me he dado cuenta que todos deseamos cosas parecidas. Con lo diferentes que somos y lo mucho que nos parecemos…

De entre todas las respuestas he tenido que elegir una como ganadora del sorteo de un ejemplar dedicado de “Lo mejor de nuestras vidas”. No ha sido fácil, os lo aseguro; pero finalmente me quedo con las palabras de Llum Valdecabres Monzó:

“Me gustaría transmitirle este mensaje: que ría, que sueñe, que baile, que sienta, que llore, que elija, que juegue, que respire, que empatice, que escuche, que bese, que corra, que perdone, que ayude……que ame…..QUE VIVA!”

Gracias Llum porque en esto consigue la vida, en vivirla. En sentirla. En reírla y en llorarla, también. ¿Quién no quiere hijos felices? Todos queremos hijos felices pero la vida aunque se empeñen en decirnos que es muy corta, no lo es. Es larga, es cambiante, es intensa, es sorprendente. Tendrán momentos de euforia, de excitación, de intensidad plena… no cabe duda que vivirla así es emocionante y apasionante, es adictivo, incluso.

  • Pero hijos- les diría yo a los míos- la vida también tiene momentos de silencio, de calma, de sosiego y de reflexión. Que no todo es el “carpe diem”, que a veces tenemos que bajar a nuestras profundidades, explorar en nuestro interior y hacer limpieza. Sacarle brillo a nuestras virtudes y fortalecer nuestras debilidades.

Que no se trata de crear a niños indestructibles y felices todo el tiempo, que en mi mano no está impedir cada una de sus caídas pero sí está el transmitirles la fuerza necesaria para levantarse CADA VEZ. Y hacerlo con el convencimiento de que en cada caída obtendrán un aprendizaje que les lleve a ser mejores personas y por supuesto a ser más felices.

Que la felicidad no es una meta a la que deben llegar, que la felicidad está en las pequeñas cosas, “en lo invisible para los ojos” como decía el Principito.

Yo deseo que mis hijos coleccionen momentos, como lo hace su madre, que coleccionen miradas, abrazos, besos, caricias. Quiero que coleccionen conversaciones inspiradoras, de las que no se olvidan, de las que con el paso de los años vuelven frescas y maravillosas. Quiero que por encima de todo sean independientes, luchadores, optimistas, empáticos, sensibles. Que sientan, porque sintiendo la vida es mucho más bonita.

Y sobre todo, quiero que mis hijos sean LIBRES. Libres para pensar, para sentir, para hablar, para hacer y deshacer, para moverse por el mundo. Libres para superar sus miedos, que sin duda los tendrán. Y libres para amar.

Y volviendo al comentario ganador de Llum, te cojo prestadas tus palabras y añado:

Quiero que ría, porque la risa rejuvence, porque es contagiosa, porque libera y porque sienta tan bien. Porque si sonríes, aquellos con los que te encuentres te sonríen. Porque si sonriésemos más, nos enfadaríamos mucho menos. Porque no hay mejor ansiolítico que una sonrisa sincera de quien te observa.

Que sueñe, pero que sueñe a lo grande, muy grande, alto y lejos. Dormida y despierta. Siempre. Esta misma mañana al despertar a mi hija para ir al colegio me ha dicho algo maravilloso. Aún con los ojos cerrados, acurrucada bajo las sábanas, me susurró: “No me despiertes todavía, mami. Déjame terminar el sueño”  Y allí permanecí en silencio, en la penumbra de su habitación velando uno de sus mayores tesoros: sus sueños.

Que baile, y que lo haga en la cocina, en un bar o en la calle esperando el bus. Que ayer observaba a mi hija desde la distancia bailar con las olas, ella sola, sin necesitar a nadie más y pensé: “Sin duda a pesar de su corta edad es y será una mujer libre”

Que sienta, que sienta intenso, lo bueno, lo malo, todo. Todas las emociones son válidas y todas son suyas. Todas nos hacen crecer y si las escuchamos y las sentimos, todas nos ayudan a ser más felices, mucho más felices.

Que llore, sin duda. Las alegrías se celebran y las penas… se lloran. No hay más.

Que elija. La vida es elección y han de saberlo desde bien pequeños. Nadie lo hará por ellos. “Así que como no puedes tenerlo todo tú elegirás qué prefieres” – les digo a mis hijos frecuentemente. Y piensan, y reflexionan y analizan y al final, eligen.

Que juegue, que juegue siempre. Que juegue con sus amigos, con sus papás, con ella misma, que juegue con sus hijos cuando los tenga, con los animales y con la naturaleza.

Que respire profundo y coja aire cuando la situación lo requiera. Para y respira. Tómate tu tiempo y luego…sigues.

Que empatice. Si en algún momento te asaltan las dudas ponte en su lugar. ¿Qué mundo más bonito tendríamos si aprendiésemos a ponernos en el lugar del otro a la hora de hablar con nuestros hijos, con nuestros padres, con nuestros compañeros de trabajo o con nuestros clientes, incluso? ¿verdad? Ponte en su lugar.

Que escuche, con los cinco sentidos, no solo lo que oye sino que escuche también lo que ve, que muchas veces lo que vemos y sentimos nos da más información que las propias palabras que oímos.

Que bese, y que lo haga de verdad, con los ojos cerrados.

Que corra, rápido, lento, pero que se mueva, que avance, que busque, que explore.

Que perdone, y si puede, que olvide.

Que ayude, que esté presente, que acompañe, que consuele, que no juzgue.

Que ame y que lo haga intensamente, esto sí, si amas hazlo intensamente, no se puede amar de otra manera.

En definitiva, QUE VIVA!

 

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