“Para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe”- Esto es lo que nos han contado, ¿verdad?: Uno se casa para toda la vida.
Actualmente, uno de cada dos matrimonios se rompe. ¿Por qué? Hay tantas y tantas teorías. ¿Sabéis que os digo? Que me da igual los motivos, que lo que de verdad me importa es la salud emocional de todos esos niños de corazón dividido, de todas esas madres que ven truncado “su cuento de hadas infantil”, de todos esos padres que no ven a sus hijos todo lo que les gustaría. ¿Hay culpables? Habitualmente no, no los hay. No los busques.
Los años pasan, las personas cambian, evolucionan y en ocasiones toman caminos diferentes. Esa separación de sentimientos se va gestando durante meses, años. Poco a poco, con el paso del tiempo, uno se da cuenta que su compañero de viaje está en otro vagón, incluso en otro tren… De pronto llega un día en el que te miras al espejo y te dices: “Mis hijos se merecen una madre feliz”. Porque ¿Sabéis una cosa? Para que tus hijos sean felices, necesitan una madre feliz. Las mismas palabras para vosotros, los padres.
Qué duda cabe que el “egoísmo” de los niños les lleva a querer mantener a sus padres juntos, a toda costa, y cueste lo que cueste; aunque eso suponga ver a tu madre o a tu padre sumido en la tristeza. Y es así. Es la naturaleza de los hijos. No les culpo.
Pero como padres, debemos ser conscientes de ello, como también debemos saber que, ver a unos padres que no se quieren, indiferentes el uno con el otro, sin alegría o peor aún, con discusiones y desplantes en casa, no les beneficia en absoluto. Es más, marcará su desarrollo emocional y su manera de relacionarse con sus futuras parejas. ¿Cuántos adultos hay con el famoso miedo al compromiso que son hijos de divorcios traumáticos? Muchos, y muchos más habrá si no se produce un cambio.
En las separaciones, habitualmente siempre hay uno que sale ganando frente al otro, esto es así; ojalá pudiéramos cambiarlo. Ojalá todas las separaciones se hicieran desde la madurez de dos personas que ya no se hacen felices y deciden tomar caminos separados. Pero esto, no ocurre así casi nunca. Son tantos años viviendo con una persona, tantas cosas en común que uno no logra comprender qué ha ocurrido. ¿En qué momento se ha roto mi matrimonio? ¿En qué momento ha dejado de quererme? ¿Ha aparecido otra persona y por eso ya no me quiere a mí? ¿Por qué ya no siento lo mismo?
No hay un punto de inflexión. No hay un antes y un después. No hay otra persona que de repente hace que te desenamores de tu pareja y lo dejes todo. Eso sólo pasa en las películas. Es mucho más complejo.
Es un lento proceso de mucho tiempo. Los sentimientos hacia la otra persona se van agotando, se van extinguiendo, lentamente… difícilmente nos damos cuenta hasta que llega un momento en el que si escuchas tu voz interior descubres que la vida que llevas no te hace feliz.
La decisión es dura, durísima. Se mezcla el cariño que sientes por tu pareja y el AMOR incondicional a tus hijos. Temes hacerles daño, temes hacerles sufrir, temes equivocarte… pero al final de todo, si tienes la valentía suficiente, pensarás en ti y dirás: “¡Necesito ser feliz!”. Y ese sentimiento comienza a rondarte la cabeza, te impide dormir, te impide comer, te impide sonreír… Y se convierte en una necesidad vital.
En este punto, hay personas que el miedo les bloquea y se mantienen quietecitos, donde están, sin hacer nada más que lo que todo el mundo espera de ellos. Renuncian a su propia felicidad y ahí se quedan. A todos ellos les respeto. Es su decisión. Mantienen la “unidad familiar” tradicional. Pero, ¿de verdad pensáis que eso es “unidad”? ¿De verdad es un buen ejemplo el que les damos a los niños viendo a ese padre o a esa madre resignada? ¿Es eso amor abnegado? ¿Merece la pena? Yo pienso que no.
Hay otra serie de personas, valientes y luchadoras por naturaleza, que se niegan a aceptar esa nueva realidad; que se resisten a abandonarse a esa indiferencia emocional y deciden dar el salto. Y la mayor parte de las veces, no se equivocan.
En momentos de crisis importante en la vida, no vale lo que los demás nos digan, ni siquiera lo que tú misma te digas, sólo vale lo que tú sientes.
Cuando ocurre una desgracia, la naturaleza humana, pasa por distintas fases. Y esto ocurre con grandes enfermedades, con desastres de la naturaleza, con accidentes, con pérdidas…y con separaciones también:
Primero pasamos por una fase de negación, no nos lo podemos creer que esto nos esté pasando a nosotros; luego nos llega la pena, rabia, dolor… A continuación buscamos culpables: el médico que la trató no lo hizo bien, si no llego a coger el coche no hubiese pasado… Tendemos a buscar culpables. Muchas veces no los hay.
La vida está en continuo movimiento. Si encontramos al que nosotros consideramos el culpable, depositamos en él o ella toda nuestra rabia, toda nuestra ira a sabiendas que eso, no nos reconforta, al contrario, nos llena más aún de rabia y dolor. Ese no es el camino. Debemos superar lo sucedido y alcanzar la fase de aceptación.
El ser padre/madre es para toda la vida. Da igual las circunstancias, da igual bajo el techo donde se duerma, da igual los kilómetros que os separen… Es un amor incondicional; es algo mágico. Y eso es lo que ha de permanecer INTACTO; esto es sagrado.
Las diferencias entre la madre y el padre sólo a ellos les corresponde manejarlas. Sé que habéis escuchado esto miles de veces pero: No impliques a tus hijos. No los utilices como moneda de cambio, no son las armas arrojadizas de vuestra guerra. No lo hagáis, por favor.
Los únicos que perderán son los niños… el daño que se les hace es irreparable. Tú quizá pierdas dinero, estatus, comodidades pero tus recursos emocionales como adulto que ya eres, harán que, con el tiempo, te recompongas y te recuperes. Tus hijos no tienen esos recursos, no habrá marcha atrás. Solamente sumarán cicatrices. No lo permitas.
Habla con tus hijos con tranquilidad, exponles la situación de manera serena y relajada: “Papá y mamá han decidido separarse. A partir de ahora viviremos en casas diferentes para ser así más felices. Os seguiremos queriendo muchísimo, los dos. Seguiremos estando a vuestro lado siempre que nos necesitéis”. Dejadles claro que ellos no tienen la culpa de nada.
Los niños pequeños suelen sentirse culpables. Creen que papá se ha ido o mamá ha decidido separarse por culpa de ellos. No permitas que crean eso. Vuelca tu amor más tierno con ellos.
Los adolescentes suelen buscar culpables: en ocasiones culpan al padre (por haberse ido de casa, por trabajar muchas horas, por enamorarse de otra mujer), a veces a la madre (por ser una gruñona, por no estar en casa cuando se le necesita, por enamorarse igualmente de otro hombre…). En ocasiones los que consideran culpables son terceras personas… Compréndeles, dales tiempo. Ellos también tienen que pasar su duelo. Habla con ellos todo lo que puedas, respeta sus periodos de silencio. Haz actividades divertidas con ellos y sobre todo, ten mucha paciencia.
Respeta SIEMPRE al que fue tu compañero de vida. Nunca le insultes delante de tus hijos (detrás tampoco…). No hables mal de él/ella. No descargues tu ira de esa forma…
Procura mantener una buena comunicación con tu antigua pareja… no hay mejor ejemplo para tus hijos. Piensa en ellos. Lo importante de la familia no es vivir unidos, es estar unidos.
Cuando tengas tentaciones de descargar tu rabia: Para, respira profundo, cuenta hasta 10 y piensa en tus hijos. Ellos te darán la luz que necesitas.
¿Qué uno tiene que “tragar” ciertas cosas? Sí, todos. De un bando y de otro. Pero llevar un divorcio cordial y mantener una comunicación fluida no tiene precio. No habrá mejor enseñanza de vida para tus hijos que esa.
Las familias no se destruyen, se rehacen, se reconstruyen… Recuerda que una vez pasado el duelo y la fase de reconstrucción, tus hijos verán a una madre y a un padre, felices, sonrientes, vitales… viviendo en dos casas diferentes, sí. ¿Y qué tiene de malo? ¿Quién determina cual es el mejor modelo familiar? ¿En base a qué?
Si mamá y papá son felices, nuestros hijos son felices. Bajo techos diferentes, pero felices. La felicidad no entiende de tejados, ni de paredes…La felicidad no tiene límites.