Hoy te voy a pedir un favor. Dedícame dos minutos, por favor. Quiero que hagas un sencillo ejercicio. Para unos segundos e imagina a tu hijo viajando solo durante dos años por peligrosos países en busca de una nueva vida. Repito, viajando solo.
¿Eres capaz de imaginarlo? ¿Sabías que esto ocurre cada día con miles de niños en el mundo? Son los llamados niños refugiados sin acompañamiento. El número total de niños refugiados no acompañados ha alcanzado un récord histórico, multiplicándose por cinco. En países como Italia, los niños solos representan el 92% del total de llegadas de menores de edad. En España también ha aumentado su número desde 2015.
Cuando visitas un centro de niños y adolescentes refugiados, niños que han estado huyendo solos, sin la compañía de sus padres, durante uno, dos o incluso tres años, atravesando fronteras, víctimas de todo tipo de abusos, secuestros, violaciones, conflictos y guerras, algo en ti cambia para siempre.
Hace dos meses en mi viaje a Níger con Unicef y la Boticaria García visitamos uno de los cuatro centros de niños refugiados que hay en Niamey, capital del país.
Cogí aire antes de entrar porque ya nos habían explicado quienes vivían allí y en qué circunstancias habían llegado. Nos esperaban expectantes todo el equipo de profesionales que allí trabajaban. Era una casa humilde pero se respiraba paz y seguridad. El director era un hombre joven, de sonrisa amable y mirada serena, con ese algo necesario para dedicarte a algo tan duro. Una enfermera, varios trabajadores sociales, psicólogos y un cocinero eran los encargados de cuidar y tratar a estos jóvenes.
En seguida entraron los chicos, sonrientes, tímidos, de mirada esquiva pero curiosa. Las chicas aparecieron un poco más tarde, muy juntas, sin separarse, más tímidas aún. Ellas prefirieron sentarse a un ladito del salón, dos de ellas sentadas en la misma silla, una sobre las rodillas de la otra, juntas, cogidas de la mano.
Los profesionales nos explicaron cómo era su día a día, las actividades que hacían, sus clases de hip hop, de teatro, de artes plásticas, de debate.
- Intentamos que olviden el horror que han vivido.- nos confesaban.
¿Y qué hacían allí?
Esperar pacientemente durante meses a recibir un destino final en Europa. UNICEF trabaja junto a ACNUR y los gobiernos de cada país receptor para buscar una salida a cada uno de ellos.
Y ahora dime ¿quién quiere acoger en su casa a jóvenes entre 9 y 16 años que han vivido las atrocidades más crueles por las que puede pasar un ser humano? ¿Estarías dispuesto a ofrecerte a recoger todos esos pedacitos y recomponer ese destrozo? ¿Lo harías? No es fácil ¿verdad?
Para estos chavales son duros meses de espera…
Tras años huyendo de la guerra, la violencia, la explotación y el abuso, la esperanza es lo último que estos jóvenes pierden.
Mientras nuestros hijos de 12-13 años juegan a la Play Station, ellos juegan a imaginar que algún día no muy lejano puedan empezar de nuevo. Jamás podrán recuperar su infancia, se la robaron sin piedad, pero aún les queda una larga vida por delante. Me conmovió su resiliencia y su capacidad de adaptarse a todos los imprevistos que día tras día surgían.
Níger es el único país de tránsito que admite niños refugiados sin acompañamiento, niños que llegan solos huyendo. El resto de países que tienen a su alrededor además de ser inestables y muy peligrosos, tienen las fronteras cerradas para ellos.
¿Y sabéis de dónde nació este proyecto? De los niños soldado. Cuando los niños soldado adiestrados en países vecinos a Níger donde hay terribles conflictos, eran detenidos en Níger, les metían en cárceles con adultos. Organizaciones como UNICEF lucharon activamente con los gobiernos locales para sacar a esos niños de aquel infierno y ofrecerles casas de acogida.
No eran delincuentes, eran VÍCTIMAS.
- ¿Qué cosas os cuesta más cambiar en ellos cuando llegan? – les preguntamos.
- El sueño. Estos niños llevan años huyendo y huyen de noche porque de día corren el riesgo de ser capturados o secuestrados. Muchos, de hecho, tardan tanto en llegar porque han caído en redes o mafias de las que de nuevo han de escapar.
Por eso de día duermen escondidos y de noche viajan en silencio.
Yo miraba a esos niños, casi de la edad de mis hijos, sus ojos, sus gestos, sus cuerpos. Con sonrisa de labios apretados para disimular mi emoción, tragando saliva y respirando profundo en un intento de controlar la avalancha de emociones que amenazaban con arrasar mis cimientos, pensé:
- No vale con decir “qué suerte hemos tenido de nacer en España”. ¡No vale! ¡Ya está bien! ¡Ante todo son niños!
Hace falta mucho más. Hace falta que sigamos ayudando y apoyando a estas personas que dedican su vida por sacar a estos niños de la guerra, algunos incluso arriesgando su vida. Porque no es fácil dejar tu vida acomodada y viajar a estos lugares, os lo garantizo.
Desde aquí mi más profunda admiración a todo el equipo de profesionales que conocí allí, a UNICEF, a ACNUR y a todas las organizaciones y gobiernos que trabajan tanto en despachos como en terreno para ofrecerles a los refugiados una nueva oportunidad de vida.
Hoy cuando vuelvas a casa y beses a tu hijo, piensa en estos chavales, en todos ellos que allí siguen esperando. Yo lo hago. Me resulta imposible no emocionarme mientras escribo este post y veo este video. Imagina por un solo instante que uno de ellos, uno de tus hijos, al llegar la noche emprende un viaje del quizá no salga con vida… o quizá sí.