Esta semana he recibido a varios papás en la consulta que acudían solos con sus hijos. Además he recibido algunos emails de padres que me han hecho reflexionar y que me han conmovido.
- Lucía, yo no sé si lo hago mejor o peor, lo que sí pretendo con María es ser el segundo mejor padre del mundo- me dijo un papá al que adoro, ya no sólo por su propia historia personal si no por la energía que transmite cuando atraviesa la puerta de mi consulta y que perdura durante horas.
- ¿El segundo mejor padre del mundo? – le pregunté con curiosidad infantil
- Sí, el segundo, porque el mejor padre del mundo ha sido y es mi padre. Así que yo con llegar a ser la mitad de lo que ha sido mi padre para mí, conseguiré ser el segundo mejor padre del mundo.
Aquello me dejó sin habla. Me eché hacia tras en la silla, suspiré profundo y observé durante unos segundos cómo cogía a su hija en brazos, le apartaba el pelo de la cara e intentaba rehacerle la coleta.
El tiempo se detuvo. Me hubiese quedado allí, como mera espectadora, durante horas, robándoles esos minutos de intimidad a ese padre que sin saber demasiado de él, puedo asegurar que es un padre maravilloso. No dejó de sonreír ni un solo instante, no dejó de mirarme a los ojos más que para mirar a los ojos de su hija.
Era una mañana tranquila, así que pudimos hablar largo y tendido del cambio que supuso el convertirse en padre, de lo que nos hacía felices, de lo afortunado que se sentía cada mañana con la familia que tenía y pensé:
- Hay familias con magia y esta, es una de ellas.
Al día siguiente apareció por mi consulta otro papá con magia. Era la primera vez que venía y acudía con sus hijos. Su hija mayor, entrando en la adolescencia, tuvo una pequeña crisis de ansiedad allí mismo, delante de mí. Antes de que pudiera darme tiempo a levantarme para sentarme a su lado y enseñarle algún truco para controlar su respiración, su padre ya la había cogido, la había sentado en sus rodillas a pesar de su tamaño, la besaba en la frente mientras con sus dos manos sujetaba dulcemente su cara y le susurraba:
- Tranquila, mi amor, todo está bien, toooodo está bien. Déjalo salir, déjalo salir…
Sin darme cuenta me encontré invadiendo una parcela de la intimidad de esta familia que me conmovió. Permanecí en silencio, observando. La niña-mujer cerraba los ojos y respiraba guiada por la respiración de su padre quien con sus manos robustas, abiertas, abrazaba las mejillas sonrosadas de su hija, sus frentes estaban unidas y su respiración se convirtió en una sola.
Sus hermanos miraban la escena con amorosidad, con una serenidad pasmosa, con una conexión y una empatía inusual a estas edades.
- Esta familia es especial- pensé de inmediato.
- Cielo, tienes una suerte inmensa de tener un papá con esta sensibilidad, ¿sabes? Le dije una vez había recuperado la calma. Si alguna vez te vuelve a pasar, esto es justamente lo que has de hacer. Yo te daré unos truquitos para que lo puedas controlar y superar tú sola. Si aún así crees que no lo puedes gestionar, busca a papá o a mamá.
Antes de continuar, su padre me interrumpió.
- No hay mamá- me dijo con la más dulce de sus sonrisas.
Aquella información no concordaba con el amor que me transmitía su mirada.
No supe qué decir. Era la primera vez que les veía. No quise preguntar más allá de lo que ellos no quisieran contarme. Ya tendríamos tiempo para conocernos. Así que le devolví la sonrisa, levanté las cejas y le invité a atravesar la puerta de la confianza para poder construir una relación sólida conmigo como futura pediatra de sus hijos.
Funcionó. Parecía que nuestras miradas hablaban el mismo idioma.
- No hay mamá- continuó- hay dos papás- me contestó lleno de orgullo y satisfacción.
He de reconocer que sentí un alivio inmenso. Por unos instantes me había imaginado una triste y prematura pérdida. Pero no. Lo que vino a continuación fue maravilloso. Me contaron su historia y yo sin saber muy bien cómo, terminé contándoles una historia similar vivida en primera persona con un miembro de mi familia. Nos emocionamos y en unos minutos la consulta se llenó de experiencias vitales. Terminamos la visita con un ataque de risa de uno de sus hijos. Un ataque de risa tan contagioso que durante unos minutos el mundo de nuevo, se detuvo.
El papá se despidió de mí dándome dos besos, un abrazo y un “gracias” desde el corazón.
- Gracias a vosotros. Sois una familia maravillosa- le contesté.
Cuando salieron por la puerta cogí el móvil, escribí a mi chico y le dije: “Acabo de vivir un momento mágico, en la comida te lo cuento” y pasé al siguiente paciente.
Padres inspiradores. Porque mejores o peores, son únicos para nuestros hijos. Porque son pieza clave en la crianza y esto, a veces, se nos olvida.
Ayer mismo me escribía Manuel, un lector gallego, reprochándome “sin llegar a poner puchero” añadía, que le encantaba cómo escribía pero que echaba de menos un poco más de presencia de los padres. Y le di la razón. Escribo como madre, porque soy madre. Reivindico las emociones de las mujeres, porque soy mujer, porque quizá mis circunstancias particulares me hayan hecho convertirme en una “madre leona” pero hoy he decidido rendir un pequeño homenaje a los papás que me leéis. Y digo pequeño porque unas cuantas líneas no hacen justicia a la maravillosa labor que hacéis en este camino.
Me encanta escucharos, me encanta ver vuestra visión de la paternidad, esa vuelta de tuerca que vosotros le dais y que nosotras no alcanzamos a entender. Envidio vuestra mentalidad práctica y vuestra sensibilidad cuando habláis de vuestros hijos. Me enternece ver cómo os quitáis los escudos en la consulta o en vuestros emails y habláis de vuestra paternidad real, con vuestras luces y vuestras sombras, que también las tenéis. Sé que a vosotros os cuesta mucho más que a nosotras hablar de emociones por eso, cuando lo hacéis, lo valoro tremendamente, es como si me hicieseis un regalo. Y admiro vuestra capacidad de entendernos o al menos de intentarlo, porque reconozco que somos demasiado complicadas…
Podría contaros docenas de historias de padres, pero no quiero extenderme mucho más.
Siempre digo que el sentimiento de la maternidad es universal: todas sentimos parecido independientemente de nuestras circunstancias y profesión. Pero, ¿sabéis una cosa? Que el sentimiento de padre también es muy parecido entre todos vosotros y ahora sí lo puedo decir, después de varios años escuchando vuestras historias.
Sentimos diferente, seamos sinceros, de esto hablo “sin filtros” en mi segundo libro, “Eres una madre maravillosa”. Pero eso no quiere decir que las mujeres queramos más a nuestros hijos. No nos equivoquemos. Ni que una manera de querer sea mejor que la otra.
Sentimos diferente porque somos diferentes. Pero ambos compartimos el mismo sentimiento, ambos somos capaces de dar lo más valioso de nuestras vidas que es, nuestra propia vida. Y esto, una vez más, es un sentimiento universal.
Al principio y al final de este viaje apasionante, lo que debe unirnos, es el amor por nuestros hijos y a partir de ahí, todo lo que queramos construir está en nuestra mano, sin miedo, sin límites. Y pase lo que pase.
Y termino con un email que recibí de otro lector, Juanjo. Gracias Juanjo por tu generosidad y por tu sensibilidad. Juanjo me escribió hace unas semanas dándome las gracias por “Lo mejor de nuestras vidas”. Lo leyó antes que su mujer y le conmovió como me conmovió él a mí con esta carta a Esther, su chica, de la cual he decidido compartir con vosotros un pequeño fragmento:
“Con medio cuerpo fuera, el médico te dijo que vieses a tu hijo y tú misma, lo terminaste de sacar con tus manos, y te lo colocaste encima. Os taparon y os dejaron. Eso lo cambió todo, para siempre. Entendí que ya siempre vosotros dos, ya no seríais dos, si no uno. Fue el momento más bonito que he presenciado nunca.
Ya en casa todo son preguntas, dudas y decisiones, mejor o peor lo estamos intentando, lo estás intentado, y eres fantástica. Anoche mientras le dabas la toma, te observé cómo le mirabas, como él te agarraba, esa conexión. Nunca te había visto mirar así, tus ojos expresaban algo más que amor, quizá fuese ese conexión que comenzó en el paritorio, no lo sé. Quise decir algo, quería participar, pero no era el momento, yo soy parte igual ayudándote en todo lo posible, pero tú desde aquel día, y para siempre, pase lo que pase, serás la más grande, mi heroína. Ahora lo entiendo todo. Seguirán saltando dudas, seguiremos tomando decisiones pero amaremos para siempre. Os quiero”
NOTA: esto que acabas de leer es un fragmento de uno de los capítulos de “Eres una madre maravillosa”