Niño de dos años y medio que abre él solito la puerta de mi consulta, se lanza a mis brazos y me regala el primer beso de la mañana. Su madre acelerada, cargada de bártulos, entra detrás de él y se deja caer sobre la silla.
- Pero Tomás, ¿dónde vas? De verdad que este niño no tiene arreglo- dice su madre mientras se quita las 3 capas de ropa que llevaba.
Antes de empezar a hablar, le pido a Tomás que se siente junto a su madre y le ofrezco una hoja y un lápiz de color rojo para pintar.
- Ese no – me dice frunciendo el ceño y señalando el lápiz que yo había elegido.
- “Quero ese”- contestó señalando a un rotulador verde fosforito que tengo encima de la mesa.
¿Qué tendrán los fosforitos que les gustan tanto a los niños? – pensé rápidamente.
Antes de terminar mi reflexión, su madre le espetó:
- Pero Tomás, no seas maleducado. Ese es el lápiz que te ha dejado Lucía y ese es el lápiz con el que vas a pintar. ¡No seas caprichoso!
El niño hizo un último intento y dijo:
- Quero ese- y volvió a señalar al fosforito verde.
Yo observaba atentamente la escena desde la primera fila, si hubiese tenido una bolsa de pipas la hubiese sacado.
- Pero, vamos a ver, ¿no te he dicho que si quieres pintar vas a pintar con el lápiz? Y si no, pues no pintas, ya está.
El niño miro a su madre, miró el lápiz rojo desgastado y casi sin punta, miró el atractivo y grandote fluorescente verde, me miró a mí buscando un salvavidas y aunque deseaba profundamente extenderle el objeto de deseo, no lo hice. No lo hice conscientemente por no interferir en la “orden” que le había dado su madre. Así que levanté las cejas, le sonreí y seguí comiendo pipas mentalmente.
Pasó lo inevitable. Tomás se lanzó hacia el fluorescente. Lástima que su madre fue más rápida que él y se lo arrebató de las manos no sin antes volver a increparle:
- ¡Y dale pedales! Que te he dicho que NOOOO.
En ese momento y rápidamente, me eché hacia tras en mi silla; intuía lo que estaba a punto de suceder y no quería salir herida por la onda expansiva.
Tomás se tiró al suelo. Sospecha que sus gritos y llantos asustaron a media salita de espera.
- Se cierra el telón y se acabó la función – pensé.
- Es que no puedo con él. Es que tiene mucho carácter. Menudo temperamento. Siempre está ideando cosas para hacer; no es capaz de mantenerse sentado ni cinco minutos… ¡No puedo más, Lucía, no puedo más!
“Es que no puedo con él”– sí, puedes, claro que puedes- le dije. Sólo has de tener los recursos para reconducir una situación así. ¿Cómo no vas a poder? Serías la primera… Tranquila.
“Es que tiene mucho carácter”– ¿Acaso tener carácter es malo?
“Menudo temperamento”. Y yo de nuevo me pregunto: ¿Crees que es negativo para su personalidad tener temperamento?
Contéstame a una pregunta: ¿Qué prefieres, un niño sumiso o un niño con temperamento? Desde luego los niños sumisos son mucho más fáciles y dóciles a la hora de educar; pero imagina a tu hijo dentro de 25 años, ¿de verdad quieres que sea sumiso? ¿O prefieres que sea un hombre con las ideas claras, con determinación y con carácter? ¿Quién crees que tiene más posibilidades de ser feliz? ¿El sumiso o el temperamental?
Me miraba fijamente. Hubo unos segundos de silencio. Comprobé en su mirada que la había hecho reflexionar. Que habíamos logrado salir del conflicto de los lápices de colores e ir más allá, y eso, era estupendo.
Mira, que tu hijo con 2 años y medio tenga carácter es fantástico. Es maravilloso que con esta edad ya diga y exprese lo que quiera. Es fabuloso que ya tenga sus preferencias, que ya sepa elegir. Sin ninguna duda esto le abrirá muchas puertas en su vida. No lo dudes ni un momento.
Miedo me dan los niños de la edad de tu hijo que entran en la consulta, se sientan, ven juguetes a su alrededor pero no los piden y no solo eso, sino que no abren la boca en los 20 minutos que les tengo delante.
Dices que “siempre está ideando cosas para hacer, que no para quieto”, pero ¿cómo va a parar quieto si tiene dos años y medio?Que siempre está pensando en qué hacer o qué montar. Pues claro que sí, es el momento. ¡Ahora es el momento!
Está forjando su personalidad, está creando. No le cortes las alas, no llenes sus días de excesivos límites incumplibles, no te enzarces en discusiones absurdas por el color de un bolígrafo.
Invierte tu energía en enseñarle lo que sí es importante: Los enchufes no se tocan y esto, es innegociable. Pero el color del lápiz no es importante.
Yo soy una mujer con carácter, temperamental, qué le vamos a hacer…¿ Que tengo más trabajo que el resto para autocontrolarme? Sí, cierto, pero ¿que esto suponga barreras en mi crecimiento personal? no, es justamente lo contrario.
Así que, si tu hijo es sumiso, tienes un largo camino por delante: Permítele que se esfuerce, que elija, no le metas en una burbuja. Deja que las tareas sean compartidas, aunque no lo haga como tú. Ayúdale a tomar la iniciativa y celebra todos sus logros, aunque te parezcan pequeñitos. Fomentarás su autoestima y fortalecerás su carácter. Le darás los recursos para ser una persona justa, independiente y libre.
Si tu hijo por el contrario es muy temperamental, antes de nada, toma aire, es probable que tú también lo seas, ¿verdad? O quizá su padre. Márcale unos límites claros, adaptados a su edad, pocos pero infranqueables. Si no tiene límites se convertirá en un tirano y habremos fracasado. Hazlo con cariño y con dulzura y dale rienda suelta. No te levantes y te acuestes con el “no” en la boca, al sexto “no” que escuche, perderá el efecto deseado. Deja que explore, que investigue, acompáñale en ese proceso sin sacar las tijeras, recondúcelo pero con armonía. Potencia sus puntos fuertes y edúcale en el respeto hacia los demás, en la escucha y en la empatía.
¡El mundo es de los valientes así que… adelante!