Hoy es el día de los enamorados ¿verdad? El amor, ese sentimiento que mueve el mundo, que te pone del revés, que te llena de vida, que hace que todo lo que gira a tu alrededor tenga sentido.

Doce millones de niñas son sometidas cada año al matrimonio infantil.

Níger es es país con la tasa de matrimonio infantil más alta del mundo:

Tres de cada cuatro niñas son obligadas a casarse

Os contaré algo de mi viaje a este país, el país más pobre del mundo y conocer esta realidad tras mirar a los ojos a estas niñas casadas con hombres 30 o 40 años mayores que ellas.
Níger. Foto de Juan Haro @HaroJuan UNICEF
Entramos en una “casa” donde nos esperaban. Una casa en la que lo único que tenían para ofrecernos eran dos sillas. Sin luz, sin agua, sin nada. En el suelo, una joven. Madre ya de varios hijos, víctima de matrimonio infantil.
Mirada triste aunque en ella, aún había un hilo de esperanza. La habitación oscura, el calor sofocante, y el olor, ¡Ay ese olor! el olor de la miseria, de la pobreza. Muy de vez en cuando sus ojos brillaban: al mirar a su bebé, al mirarnos fijamente, al hablar de su infancia antes de ser entregada en matrimonio.
– Un día al volver de clase, mis padres me dijeron: recoge todas tus cosas que ya no volverás al colegio. Te vas a casar.
Y así fue. Nunca jamás volvió a la escuela. Se casó, perdón, corrijo, la casaron y en seguida tuvo a su primer hijo. Una niña siendo madre, una madre siendo niña.
Yo tragaba saliva. No podía imaginarme en esa situación. No podía imaginar a mi hija en esa situación. Le habían arrebatado los derechos más fundamentales de la vida.
Os juro que en ese momento la hubiese metido en el 4 x 4, a ella y a sus hijos y hubiese pisado el acelerador sin mirar atrás.
Matrimonio sin amor. No hay día de los enamorados para ella. Ni para ella ni para los 12 millones de niñas que casan cada año. Esta niña-mujer no conocía el amor. En aquel lugar el único amor que se respiraba era el de esa jovencísima madre tratando de sacar adelante a sus hijos.
Foto de Juan Haro. @HaroJuan UNICEF
De vez en cuando aparecía alguien de la comunidad para comprobar que todo estaba “bien”. Entonces ella bajaba la mirada y callaba. Yo hervía y miraba desafiante a todos los que permitían esa barbarie. Nadie movía un músculo. Miradas que todo lo dicen.
A los pocos segundos, se iban y podíamos seguir hablando. Ella respiraba. Nos relataba su día a día. Su triste y abnegada vida. Y yo no podía más que pensar:
– ¡Pero por dios, que es una niña! ¿Por qué no está medio mundo aquí? ¿Por qué no se hace más por acabar con esto?
Marián me miraba tranquila, parpadeaba y asentía lentamente. Su mano sobre mi rodilla en un intento de calmar mi angustia, mi ira, mi rabia. Todo muy sutil, casi imperceptible, casi inexistente… Pero existía, existe. Doce millones de niñas…
El traductor le preguntó a la joven si quería hacernos alguna pregunta. La respuesta fue:
– No.
Y su mirada se clavó en el suelo. No tenía ninguna curiosidad. Nada. Mejor no saber qué hay ahí fuera, de dónde venimos, si estamos casadas, qué es el amor, qué es estar enamorada.
Entonces me arranqué y le dije:
– Si pudieras pedir un deseo, ¿cual sería?
– Volver al colegio. Si estudias, no te casan. ¿Vosotros podéis devolverme al colegio? – Nos preguntó con un hilo de esperanza.
Mi corazón en ese momento se partió en dos y parte de él se quedó para siempre en aquella “habitación”.
Esa noche al llegar al alojamiento lloré mucho. No pude llamar a casa, no quería que me vieran así. Imaginaba a mis hijos plácidamente durmiendo, calentitos, limpios, sanos, sin horror, sin guerras, sin abusos, sin armas. Un sueño inocente, un sueño infantil, un sueño plácido y puro, como ha de ser en un niño.
Hablé con mi chico, mi compañero de vida, de viaje… La persona que yo libremente he elegido.
– Cariño, esto es muy duro… Te echo de menos.
Sentí en sus palabras de consuelo, el amor que todas estas niñas probablemente jamás conocerán, un amor sincero, desinteresado, incondicional y comprendí que una vez conoces esta realidad de esta parte del mundo, de nuestro mundo también, no podemos permanecer más tiempo callados ni lamentándonos en nuestro sofá.
Gracias UNICEF por hacer lo que tan pocos hacen. Gracias por luchar INCANSABLEMENTE contra esta barbaridad, contra este horror. Gracias por llevarme a donde jamás pensé que llegaría. Gracias por vuestra inmensa labor en este mundo de locos. Gracias siempre.

Dra. Lucía Galán Bertrand. Pediatra y escritora.  

 

 

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