Esta mañana me despertaba con la triste noticia del fallecimiento del periodista y divulgador Carles Capdevila con tan solo 51 años víctima de un cáncer que se le diagnosticó hace dos años.

Muchos de vosotros le conoceréis, seguro que sí, y quien no lo conoce, es un buen momento para leer sus artículos y ver sus videos con los que tanto nos hemos reído y tanto nos hemos emocionado los que tuvimos la suerte de descubrirle hace ya unos años.

Cuando ocurren estas cosas, que de golpe y porrazo alguien tan genial como él, y digo “genial” porque se acercaba mucho a la palabra “genio” se va, te queda un vacío. Un vacío amargo por lo que deja, por lo que nos enseñó y sobre todo por todo lo que aún nos quedaba por aprender de él.

Carles, con 51 años y 4 hijos, dos adolescentes y dos pequeñitos, su principal fuente de inspiración, como la de muchos de los que estamos en este mundo de la divulgación, nuestros hijos.

Cuando lees la noticia por primera vez, enseguida vienen los “peros”.

Pero si estaba en Sant Jordi, como estuve yo, firmando libros, sonriendo, siempre sonriendo…

Pero si hace unos días leí su último artículo.

Pero si hasta tengo un par de mensajes suyos en mi buzón de hace poco…

Y aun en la cama, leyendo incrédula los periódicos desde el móvil, me fui inmediatamente a buscar ese mensaje que recordaba. Lo busqué con ansia, me senté en la cama, incluso. Lo encontré, lo volví a leer y me emocioné… Allí lo dejé, ya para siempre.

Y cuando al fin te lo crees, la primera pregunta que te haces es ¿pero cuántos años tenía? Y te dicen, 51. Y entonces piensas en la cantidad de personas de 51 años que te rodean y sientes un escalofrío al pensar que una mañana cualquiera quizá ya no estén.

La siguiente pregunta que te haces es ¿Y sus hijos? ¿Cuántos tenía?, ¿edades? Y el alma se te encoge, se te hace pequeñita, se esconde… “como mi hijo mayor, como mi hija pequeña, como…” e intentas, solamente lo intentas, ponerte en su piel. Justo en ese instante sientes la punzada en el corazón, la patada en la boca del estómago mientras una única pregunta taladra tu cerebro: ¿Y si me pasa a mí?

Inmediatamente después, has de dejar de pensar porque hasta tragar saliva cuesta. Y sí, esto lo pensamos y lo sentimos todos, da igual la profesión a la que te dediques.

”Vosotros los médicos estáis acostumbrados a lidiar con la muerte” escuchas frecuentemente. Pues yo no. Cuando la emoción entra en juego, no hay estadísticas, raciocinios, bibliografía, ni estudios científicos… Nada vale.

Carles, querido, eras de esas personas que invitaría todas las tardes de viernes a tomar café a casa, esas que tras leerte o escucharte a uno le da la sensación de conocerte de toda la vida. Yo hoy quiero darte las gracias por haber puesto cordura a este mundo de locos en el que vivimos hoy en día los padres. Eres el sentido común y el sentido del humor hecho sonrisa.

Hasta a los médicos nos diste una gran lección con tu “necesitamos médicos y maestros con visión de cabecera, que en lugar de dedicarse al trocito asignado, sean capaces de tomar distancia y cuidar de personas enteras, de pies a cabeza”.

Tengo que confesarte que cuando te escuchaba, daba un poco igual lo que dijeras, siempre lo conseguías: tu público asentía con la cabeza y sonreía. Tenías ese halo que tiene tan pocas personas… y mientras escribo me doy cuenta que voy pasando del presente al pasado, del pasado al presente, error de escritor novato pero no lo voy a corregir. En el presente me voy a quedar, Carles. Porque aún estás y seguirás estándolo siempre.

Buen viaje compañero.

Dra. Lucía Galán Bertrand. Pediatra y escritora. 

 

                       Quince cosas que Carles Capdevila aprendió en 2015 (en su lucha contra el cáncer)

  1. Que algunos somos tan pardillos que necesitamos un ultimátum de los gordos para priorizar en serio.
  2. Que cuando priorizas de verdad, tienes un ataque de lucidez que darías las gracias al puto ultimátum.
  3. Que la gente que en circunstancias normales ya es extraordinaria, en casos extraordinarios consigue el milagro de que todo parezca normal.
  4. Que incluso en ocasiones extremas en que a pesar de todo el mundo cambia, la mala gente no lo hace. O lo hace para empeorar.
  5. Que nada cuida más que sentirte y saber que eres amado.
  6. Que disimular que no pasa nada acelera lo que no quieres que te pase.
  7. Que cerca de la gente que sufre recibes un montón de lecciones de dignidad.
  8. Que una decisión tan simple como quedar con los que amas y huir de los que te hacen la vida imposible te acerca bastante a la felicidad.
  9. Que perder el miedo a cosas absurdas es una delicia, lástima que hayas tenido que pasar por un miedo más grande y nada absurdo.
  10. Que los sentimientos bonitos hacia la gente que nos importa nos los tenemos que expresar a la cara más a menudo.
  11. Que no hay elogio mayor que ser acusado de ingenuo por un cínico.
  12. Que el cuerpo es algo más que lo que transporta nuestros pensamientos arriba y abajo y, si tenemos el detalle de pensar más en él, él a cambio nos ayudará a pensar mejor y nos transportará durante más tiempo.
  13. Que no debemos desaprovechar ninguna buena ocasión para reír, llorar o darnos un buen abrazo.
  14. Que cuando la vida se complica, se multiplican las oportunidades de aprender de personas increíbles.
  15. 15. Que el optimismo es siempre la opción más recomendable y, cuando las cosas van mal, es imprescindible. Y que, además, funciona.

 

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