- Lucía, se acaba el año. Ya sabes lo que toca.- es mi voz interior la que habla.
Entro en la galería de fotos desde enero hasta la fecha de hoy. Me pongo música relajante, busco un lugar tranquilo, cojo aire y empiezo… Da vértigo, os lo advierto. A veces miedo. Pero la vida es de los valientes y yo, lo soy.
- Lucía, ojo, que habrá cosas que piquen.
- Lo sé. ¡Vamos a por ello!
No es más que la vida misma; la vida que nos da, nos quita, nos pone a prueba, nos tienta, nos sorprende, nos olvida a ratos para, a los pocos días, sorprendernos de nuevo. La vida que nos pone del revés, nos eleva para luego dejarnos de nuevo en el suelo, sobre tierra firme; la vida que nos sonríe para luego reírse de nosotros. Pero por encima de todo, la vida que nos enseña, nos enseña siempre. Auténtico y puro aprendizaje.
Vas paseando por las fotos como si emprendieras un viaje, pero esta vez sabes dónde está exactamente el final, porque es desde ahí desde donde observas emocionada. Juegas con ventaja.
- ¿Te da tiempo a parar en algún momento? – me preguntaban hace unos días.
- Sí. Aprovecho cada ratito de soledad o silencio para conectar conmigo misma y reconectar, un ejercicio que se ha convertido en absolutamente necesario para ser capaz de continuar.
Hace unos días encontré el momento ideal para hacer mi ejercicio anual de balance personal y emocional. Iba en el AVE, de vuelta a casa tras mi cita semanal con televisión española. Llevaba varios días durmiendo muy poco, demasiadas emociones en muy pocos días, quizá no debía haberlo hecho en esas circunstancias pero lo hice. Me puse los auriculares, subí el volumen de la música, fui a la galería de fotos, eché atrás hasta el mes de enero y empecé.
No fue fácil. Este año ha sido un año de importantes cambios en mi vida, dentro y fuera, en el jardín, en mi propia casa y hasta en mis cimientos.
Este año puse mi contador a cero.
Más de 12 ediciones de “Lo mejor de nuestras vidas”, lanzamiento y promoción de “Eres una madre maravillosa”, ferias del libro y conferencias en más de 30 ciudades españolas, miles y miles de ejemplares firmados entre lágrimas y dedicados de puño y letra a familias enteras con historias conmovedoras. Encerrarme durante un par de meses a escribir mi tercer libro, el más valiente de todos y del que me siento tremendamente orgullosa y que pronto verá la luz. Recordar el viaje a Senegal con Unicef el cual llegó en el momento justo para resetear mi vida y del que volví transformada; televisión española cada jueves, un nuevo y estimulante reto, premios y reconocimientos varios y todo ello bajo el constante punto de mira de ataques que intentaron desanimarme en mi labor divulgativa en redes sociales pero que curiosamente lo único que han logrado es reforzarme más aún.
Eché la vista atrás en mi lista de deseos y propósitos del año pasado, analicé uno a uno los que alcancé, cómo los alcancé, los que se quedaron por el camino y el por qué. Y aprendí. Aprendí de los errores y tome buena nota de los triunfos.
Me vi en casi todas las fotos, vi a mis hijos:
- ¡Cómo han crecido, Dios mío! – pensé- se me van, se me van…
Analicé mi mirada, mi sonrisa, las personas que me rodeaban, recordé los momentos exactos de cada una de las fotos, cómo me encontraba en esos instantes, qué había pasado o que estaba a punto de suceder, vi a personas a las que nunca más volveré a ver y sonreí al saludar a mis incondicionales, siempre presentes, fieles, pase lo que pase.
De pronto di un salto al presente. Miré la última foto de todas, la pieza del puzzle que faltaba, sonreí tiernamente y me emocioné, me emocioné mucho. Tanto que sin querer se me escaparon un par de lágrimas bajo las gafas de sol mientras, tragando saliva, miraba a través del cristal del tren.
- Perdona ¿estás bien? – me preguntó un chico que estaba a mi lado.
- Estoy fenomenal, gracias.- le dije sonriendo y secándome apresuradamente las lágrimas traicioneras.
Y en ese preciso instante hice mi lista de propósitos del año 2018:
- No dejar nunca de emocionarme, de sentir, de aceptar con valentía todas y cada una de las emociones que lleguen a mi vida.
- Pasar más tiempo con mis hijos. Se me van, se me van… en unos pocos años ya no estarán.
- Ser honesta, generosa y valiente aunque no todo el mundo lo sea. Yo quiero serlo.
- Empatía, empatía, empatía…
- Cuidar de los míos. Y los enumeré uno a uno. Es un círculo pequeño pero imprescindible en mi vida. Mi cable a tierra. En ese mismo instante cogí el teléfono y les escribí a todos ellos, a corazón abierto. Ya me conocen, no se sorprendieron. “Luci, que me has puesto la piel de gallina. Gracias por todo lo que das”.
Esa misma noche recordé las palabras de mi amigo Pablo Ardisana cuando yo aún no había cumplido los 20 años y me dijo:
“Mi niña, no olvides nunca que solo merece la pena vivir si se elaboran incansablemente sueños, ternura y verdad”
Queridísimo Pablo, tú has sido una de las pérdidas de este año. Todavía se me parte el alma en dos al recordar aquel mensaje que recibí en mitad de la consulta para informarme que una neumonía te había llevado.
Pues Pablo, estés donde estés querido, solo decirte que sí, que lo he encontrado, que he encontrado mi sueño, mi ternura y mi verdad. Gracias siempre.